Lo prometido es deuda así que como he vuelto de vacaciones, aprovecho para escribir con esa inspiración que el descanso, el cambio de aires y el aumentar las horas de sueño te dan.

A mí las vacaciones siempre me han servido para pensar. Porque cuando te alejas de tu dia a dia, de tu rutina, de tus horarios y de tu zona de confort, siempre es más fácil ver las cosas con perspectiva. ¿No os pasa que estáis una semana fuera y parece que fuera un mes de tiempo “normal”? Lo curioso es que normalmente cuando estamos de vacaciones hacemos “menos” cosas que en nuestra rutina diaria… sin embargo, parece que los días se alargan.

Nada más llegar a Asturias, nos fuimos a dar un paseo y nos quedamos asombrados al ver unas vacas pastando y un árbol repleto de manzanas. Era increíble ver las manzanas ahí colgando y no en el Mercadona. Era maravilloso pasear por calles donde el único ruido era el agua de un riachuelo o los cencerros de las vacas mientras pastaban tranquilamente a sus anchas. No me hacía falta nada más: solo disfrutar de esa calma. Y esa sensación me puso un tanto melancólica.

Porque en mi dia cotidiano no suelo dedicar nada de tiempo a simplemente hacer algo que me apetezca en ese momento, que no sea productivo, que solo me produzca calma. Y si lo hago, intento hacer otra cosa mientras para aprovechar el tiempo. Veo series mientras entreno en la elíptica del gimnasio o mientras hago la cena; hago la compra mientras contesto WhatsApps o pienso lo que tengo que hacer al día siguiente mientras estoy en clase de yoga.

Los seres humanos no tenemos límite en nuestra estupidez. Porque se suponía que gracias a las máquinas, ordenadores, internet y demás, íbamos a tener que trabajar menos y podríamos disfrutar más. Pero no, resulta que vamos más estresados y tenemos menos tiempo que hace veinte años. ¿Por qué? Pues porque por cada tarea que nos hemos quitado, hemos puesto veinte nuevas. Y así vamos…  necesitamos multitud de estímulos al mismo tiempo: nos hemos acostumbrado a vivir deprisa, a ser multitarea y a no saber apreciar los pequeños detalles.

Llegamos a un punto donde se nos olvida esa parte de nosotros mismos que necesita estar en contacto con la naturaleza, con la calma, con el aire puro y con no necesitar nada más que poder caminar por un lugar mágico. Me fascina ver árboles con fruta, me fascina ver vacas pastando por el campo, me fascina ver prados y prados sin nada más que unas pocas casas de piedra desperdigadas aquí y allá. Me fascina estar en un rincón donde solo haya un bar y una tienda de ultramarinos, donde parece haber vuelto al pasado. Y entonces me pregunto, ¿ha mejorado tanto nuestra calidad de vida?

 

¿Evolución o involución? 

De repente te das cuenta de que quizás no estamos avanzando, sino que en parte estamos retrocediendo. Porque cuando vuelves a vivir un poquito las cosas “como eran antes”, te das cuenta de que antes la gente vivía más. Que antes la gente comía alimentos reales, que caminaban más, que salían más al aire libre, que los niños jugaban en parques y no con tablets, que la gente se saludaba por la calle, que el mejor plan era una bici y recorrer caminos. Tenían tiempo para simplemente observar un atardecer, jugar con sus hijos o cultivar su propia comida.

Hace unos años, antes de trabajar, no entendía cómo gente con un buen trabajo lo dejaba todo para montar un hotel rural o mudarse en medio del campo. Pensaba que estaban locos, que tener dinero para comprar una casa grande y un coche de marca era ser afortunado. Ahora pienso que el sistema te atrapa, que un día te das cuenta de que has pasado más horas delante de un ordenador bajo luz artificial que bajo el sol. Que no paras, que tu único objetivo en la vida es “aprovechar” las horas llenándolas de mil tareas u objetivos. Ni siquiera cuando tenemos ocio somos capaces de estar relajados.

Llamamos evolución a cambiar el sol por luz artificial, un huerto por fruta abrillantada y un domingo en la montaña por un sábado bebiendo hasta las tantas. Quizás sí, quizás esa es la evolución que nos tocaba vivir. Pero, ¿estamos mejor ahora? ¿Tenemos más salud mental por no cotillear con los vecinos pero ver lo que hace todo el mundo en Instagram? ¿Es normal que cada vez haya más enfermedades debido al estrés y a la alimentación?

 

El consumismo de la infelicidad

El otro día comentaba este tema con una amiga y ella me dijo una verdad muy cierta “nunca vamos a ser felices porque en esta sociedad siempre te incitan a querer más”. Y claro, ni puedes lograr todo lo “comprable” ni tampoco vas a ser más feliz por lograrlo. Que tampoco es solo respecto a cosas materiales, sino a la orientación que tenemos en occidente de hacer, hacer, hacer, lograr, lograr, lograr. 

Yo antes de empezar con el yoga, me sentía mal si no hacía nada. Me sentía mal por quedarme en el sofá cuando podía estar estudiando, haciendo deporte o trabajando; o de estar tomando el sol sin más, sin estar aprovechando para leer una novela o caminar. No era capaz de disfrutar el no hacer nada… y a día de hoy todavía me cuesta, porque tengo esa idea muy arraigada en mi mente. Nos han educado para que todo lo que no sea “productivo” esté mal visto. 

 

¿Cuál es la solución?

Pues eso me gustaría a mí saber, ¡para qué nos vamos a engañar! Creo que la solución empieza por analizar qué es lo que realmente nos aporta felicidad, de una forma objetiva y sensata. Olvidarnos de lo que socialmente se considera triunfar y pensar qué es lo que para cada uno de nosotros sería un triunfo. Sin filtros. Porque no tiene por qué ser ascender en el trabajo, comprar una casa o irse de vacaciones a las Maldivas. Y hay que aceptarlo para poder empezar a trabajar en un estilo de vida que nos acerque a eso.

Que sí, que ahora se lleva mucho eso de dejarlo todo y tomarse un año sabático. Eso está genial para quien pueda hacerlo o quien esté dispuesto. Sin embargo, si seguimos con el paradigma de que hay que hacer muchas cosas, llenar el tiempo y no pararnos a disfrutar pequeños detalles, poco importa el dónde y las circunstancias. Además, igualmente luego hay que volver y gestionar la vida “real”. Así que yo creo que empezaré por intentar mejorar mi vida un poquito cada día acercándome a lo que de verdad quiero.

Siendo realistas, vivimos en la sociedad en la que vivimos y nos tenemos que adaptar en cierto grado a ella. Eso no significa no cuestionarla, no pensar que puede haber otras vías u otros estilos de vida que nos llenen más. Tener claro que hacer las cosas despacio, de una en una y tomarnos tiempo para no hacer nada puede ser más triunfo que leernos 20 libros o correr una maratón. Quizás la educación debería estar más basada en saber vivir y no tanto en llenar nuestras agendas de cosas pendientes.

Y tú, ¿a qué velocidad quieres vivir?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *